jueves, 21 de junio de 2012

Vi llorar a Noam Chomsky


Y también descubrí enseguida que los dirigentes del poder ejecutivo de EE.UU. habían perpetrado esos bombardeos unilateralmente sin informar siquiera, por no hablar de obtener el consenso, al Congreso o al pueblo estadounidense. Y me di cuenta de que esos refugiados devastados de la Llanura de los Jarros eran los afortunados. Habían sobrevivido a los bombardeos estadounidenses –que no solo continuaban sino aumentaban– al contrario de otros cientos de miles de laosianos inocentes. Crecí creyendo en los valores estadounidenses, pero ese bombardeo de civiles inocentes violaba cada uno de ellos. Al mirar a los dirigentes del poder ejecutivo de EE.UU. desde la perspectiva de un campo de refugiados laosianos, aprendí en pocas semanas que eran enemigos de la decencia humana, de la democracia, de los derechos humanos y del derecho internacional en el exterior, y que en este mundo real el poder daba derechos y el crimen rendía frutos. Por mucho que uno creyera que EE.UU. era una “nación de leyes, no de hombres”, era evidentemente una nación de hombres crueles, brutales y desaforados en Laos.

Sin ninguna decisión consciente por mi parte, me comprometí inmediatamente a hacer todo lo posible por detener ese inimaginable horror. Como judío inmerso en el Holocausto, me sentí como si hubiera descubierto la verdad de Auschwitz y Buchenwald mientras la matanza continuaba. Pronto me vi trabajando sin descanso para llevar a todas las personas que pude -incluidos periodistas como Bernard Kalb de CBS, Ted Koppel de ABC, Flora Lewis del New York Times– a los campamentos con la esperanza de que informaran de los bombardeos para denunciarlos ante el mundo.

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