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sábado, 9 de abril de 2011

La neurótica seguridad presidencial norteamericana


Muchos de nosotros hemos conocido lo que significó la ideología de la seguridad nacional bajo las dictaduras militares en América Latina. La seguridad del Estado era el valor primero. En realidad se trataba de la seguridad del capital para que éste continuase con sus negocios y con su lógica de acumulación, más que propiamente de la seguridad del Estado. Esta ideología, en el fondo, partía del supuesto de que todo ciudadano es un subversivo real o potencial. Por eso, debía ser vigilado y eventualmente preso, interrogado y, si se resistía, torturado, a veces hasta la muerte. De este modo, se rompían los lazos de confianza sin los cuales la sociedad pierde su sentido. Se vivía bajo un pesado manto de desconfianza y de miedo.

Digo todo esto a propósito del aparato de seguridad que rodeó la visita del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Brasil. Ahí funcionó en pleno la ideología de la seguridad, no nacional, sino presidencial. No se tuvo confianza en la capacidad de los organismos brasileros para garantizar la seguridad del presidente. Le acompañó todo el aparato de seguridad estadounidense. Vinieron inmensos helicópteros de tamaño tan monstruoso que había pocos lugares donde podían aterrizar, limusinas blindadas, soldados revestidos con tantos aparatos tecnológicos que más parecían máquinas de matar que personas humanas.

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viernes, 9 de abril de 2010

justicia social - justicia ecológica

Leonardo Boff

Entre los muchos problemas que azotan a la humanidad, dos son de especial gravedad: la injusticia social y la injusticia ecológica. Ambos deben ser abordados conjuntamente si queremos poner en ruta segura a la humanidad y al planeta Tierra.

La injusticia social es cosa antigua, derivada del modelo económico que, además de saquear la naturaleza, genera más pobreza de la que puede manejar y superar. Implica gran acumulación de bienes y servicios por un lado, a costa de clamorosa pobreza y miseria, por el otro. Los datos hablan por sí mismos: hay mil millones de personas que viven al límite de la supervivencia con sólo un dólar al día, y 2.600 millones de personas (40% de la humanidad) que vive con menos de dos dólares diarios. Las consecuencias son perversas. Basta citar un hecho: existen de 350 a 500 millones de casos de malaria, con un millón de víctimas anuales, evitables.

Esta anti-realidad se ha mantenido invisible durante mucho tiempo para ocultar el fracaso del modelo económico capitalista, hecho para crear riqueza para unos pocos y no bienestar para la humanidad.

La segunda injusticia, la ecológica, está ligada a la primera. La devastación de la naturaleza y el actual calentamiento planetario afectan a todos los países, no respetando los límites nacionales ni los niveles de riqueza o de pobreza. Lógicamente, los ricos tienen más medios para adaptarse y mitigar los efectos dañinos del cambio climático. Ante los eventos extremos, poseen refrigeradores o calentadores, y pueden crear defensas contra las inundaciones que destruyen regiones enteras. Pero los pobres no tienen cómo defenderse. Sufren los daños de un problema que no han creado.

Fred Pierce, autor de El terremoto poblacional, escribió en el New Scientist de noviembre de 2009: «los 500 millones de los más ricos (7% de la población mundial) son responsables del 50% de las emisiones de gases productores de calentamiento, mientras que el 50% de los más pobres (3.400 millones de la población) son responsables de sólo el 7% de las emisiones.

Esta injusticia ecológica difícilmente pueden hacerla invisible como la otra, porque las señales están en todas partes, ni puede ser resuelta sólo por los ricos, pues es mundial y les afecta también a ellos. La solución debe nacer de la colaboración de todos de forma diferenciada: los ricos, por ser más responsables en el pasado y en el presente, deben contribuir mucho más con inversiones y con la transferencia de tecnologías, y los pobres tienen derecho a un desarrollo ecológicamente sostenible, que los saque de la miseria.

Seguramente no podemos descuidar las soluciones, pero ellas solas son insuficientes, pues la solución global remite a una cuestión previa: al paradigma de sociedad que se refleja en la dificultad de cambiar estilos de vida y hábitos de consumo. Precisamos de solidaridad universal, de responsabilidad colectiva y de cuidado de todo lo que vive y existe (no somos los únicos que vivimos en este planeta y usamos la biosfera). Es fundamental la conciencia de la interdependencia entre todos y de la unidad entre Tierra y humanidad.

¿Se puede pedir a las generaciones actuales que se rijan por tales valores si nunca antes han sido vividos globalmente? ¿Cómo operar este cambio que debe ser urgente y rápido?

Tal vez solamente después de una gran catástrofe que afligiera a millones y millones de personas se podría contar con este cambio radical, hasta por instinto de supervivencia. La metáfora que se me ocurre es ésta: si nuestro país fuera invadido y amenazado de destrucción por alguna fuerza externa, todos nos uniríamos más allá de las diferencias. Como en una economía de guerra, todos se mostrarían cooperativos y solidarios, y aceptarían renuncias y sacrificios a fin de salvar la patria y la vida. Hoy la patria es la vida y la Tierra amenazadas. Tenemos que hacer todo para salvarlas.



Tomado de koinionia

miércoles, 3 de junio de 2009

¡Quién escuchará la voz de las víctimas?


Los 192 jefes de estado o de gobierno deben reunirse el 1, 2 y 3 de junio en Nueva York convocados por la ONU para discutir la crisis económico-financiera y sus impactos sobre los diferentes países, especialmente sobre los países pobres. Para prepararla, el Presidente de la Asamblea Miguel d’Escoto Brockmann, ex-canciller de Nicaragua, ha creado una Comisión para la Reforma del Sistema Financiero y Monetario Internacional constituida por 20 celebridades de la economía y de la política bajo la coordinación del premio Nóbel de economía Joseph Stiglitz.

Los resultados ya han sido entregados y sus principales contenidos se conocen más o menos. Como marco teórico, ético y humanístico que debe inspirar las nuevas medidas concretas se sugiere una Declaración Universal del Bien Común de la Humanidad y de la Tierra, tarea difícil de realizar por falta de tradición jurídica y social en esta área. Luego se recomienda la creación de un Consejo Mundial de Coordinación Económica, paralelo al Consejo de Seguridad, desdoblado en dos autoridades mundiales, una que cuide de la regulación financiera y la otra de la competencia en la economía. Se sugiere una reforma de las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial) y una regionalización de las instituciones financieras que apoyan los procesos de desarrollo. Se pide también que, una vez al año, los jefes de estado o de gobierno de todo el mundo se encuentren para discutir el estado de la Tierra y de la Humanidad, y tomar medidas colectivas.

El gran temor es que esta reunión mundial sea desvirtuada por las presiones de los principales miembros del G-20, si envían solamente representantes diplomáticos o ministros. Por detrás de estas presiones están dos maneras diferentes de enfrentarse a la crisis actual.

Una es la del G-20 que se reunió en Londres en abril. Fundamentalmente se propone salvar el sistema económico-financiero imperante para que, en el fondo, todo funcione como antes, con ciertos controles pero con niveles razonables de crecimiento, sacrificando incluso el equilibrio de la Tierra, y perpetuando el escandaloso foso entre ricos y pobres. El propósito es el mismo: cómo ganar más con el mínimo de inversión, compitiendo en el mercado y considerando el estrés de la naturaleza y la pobreza como externalidades.

La otra es la de los grupos altermundistas, presentes en todos los estratos sociales del mundo y, en parte, asumida por la Comisión de la ONU. Se trata de situar la crisis económica en el conjunto de las demás crisis: la energética, la alimentaria, la del calentamiento global, la de la insostenibilidad del planeta (superamos en un 40% la capacidad de reposición de los recursos naturales) y la social y humanitaria (casi mil millones de personas por debajo del umbral de la pobreza). Más que salvar el sistema se trata de salvar la humanidad, la vida amenazada y el planeta en estado caótico. El propósito es cómo garantizar el buen vivir en armonía con los otros y con la naturaleza, produciendo conforme sus ciclos, con equidad social y con solidaridad generacional.

Siendo el problema planetario, las soluciones deben ser también planetarias. El único organismo planetario que existe es la ONU y es ella quien debería coordinar los esfuerzos colectivos para hacer frente a la crisis, no el G-20. Éste no ha sido delegado para representar a los otros 172 países, víctimas de la crisis global, cuyas voces no son escuchadas.

Las crisis no surgen en vano. Emergen de aquella Energía de fondo, cargada de propósito, que dirige el universo, la Tierra y a cada uno de nosotros, y que está exigiendo un nuevo estadio de civilización, capaz de diseñar otro futuro distinto de esperanza. Ante esta gravísima situación se notan dos limitaciones:

La primera es de los economistas que, por oficio, tratan de economía pero poseen pocos conocimientos de ecología; por eso, como se ve por todas partes, no incluyen la naturaleza en sus consideraciones, como si la Tierra fuese inagotable y estuviese en orden, cosa que no es así.

La segunda es la de los jefes de estado: después de siglos de racionalismo y de materialismo han quedado embotados. No perciben los mensajes que el universo y la Tierra, como superorganismo vivo, les están enviando en el sentido de una transformación. Por su falta de escucha, sucede lo que decía Gramsci: «lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no consigue nacer». Perdemos así la oportunidad, una de las últimas, de un nuevo comienzo. Y nos atascamos en nuestras propias crisis.

Tomado de: Koinionía.

lunes, 2 de marzo de 2009

Foro Mundial de Teología y Liberación


Leonardo Boff

Desde sus inicios, a finales de los años 60 del siglo pasado, este tipo de teología nació del esfuerzo por articular el discurso de la fe con el discurso de la sociedad en la perspectiva de los oprimidos. Su marca registrada fue y sigue siendo la «opción por los pobres y contra la pobreza». La perspectiva era y es global, de suerte que ya en los años 70 se organizaron los primeros Foros Mundiales de la Teología de la Liberación en Chicago, en México y en Brasil y continuaron hasta que la ceguera de sectores poderosos del Vaticano los prohibió. Como son ecuménicos por naturaleza, los foros siguieron realizándose regionalmente.

La aparición de los Foros Sociales Mundiales a partir del año 2001 proporcionó el espacio público para continuar estos encuentros globales, el primero en Porto Alegre en 2005, el segundo en Nairobi en 2007 y el tercero ahora en Belém.

Se perfiló mejor el estilo de la reflexión. En vez de hablar simplemente de Teología de la Liberación y resucitar así las discusiones del pasado, se prefirió hablar de Teología y Liberación. El sentido es confrontar la fe reflexionada y crítica (teología) con las formas de la opresión, que presentan las más diferentes caras, desde los niños consumidos como carbón en la máquina productivista, hasta masacres como las de Gaza. El discurso no es intraeclesiástico, a favor o contra las iglesias, sino público, orientado a la sociedad mundial. La cuestión central no es discutir el futuro del cristianismo, sino qué contribución puede dar éste a los verdaderos problemas humanos como son la perpetuación de la pasión de los pobres, el calentamiento global y sus eventuales consecuencias perversas.

El cristianismo no puede ser un superego castrador de temas importantes de la agenda mundial; debe ser una fuente de inspiración y de osadía para cuestionar el paradigma civilizatorio dominante que convierte a todos —ricos y pobres— en oprimidos, ahogados en el consumismo de bienes materiales, sin sentido de solidaridad y de cuidado hacia nuestro patrimonio común que es el planeta Tierra. Pero principalmente puede mostrarse fecundo en el compromiso, junto con los movimientos sociales —los verdaderos nuevos actores—, en el combate al sistema del capital productor de grandes injusticias, en la lucha por la tierra, negada a las grandes mayorías, y en la búsqueda de alternativas de producción y de vida.

Con razón es este tipo de cristianismo el único que posee mártires como la hermana Dorothy, el padre Jósimo y tanto otros en América Latina. De las burocracias eclesiásticas nunca salen místicos, santos ni mártires, sino solamente mediocres reproductores del establishment religioso.

En estos Foros de Teología y Liberación participaron más de mil personas venidas de todos los continentes, también de Europa y de Estados Unidos, lo que muestra la vitalidad de este tipo de pensamiento. Las autoridades doctrinarias del Vaticano se engañan cuando imaginan que con su disciplina han liquidado la Teología de la Liberación. Ésta nace del grito de la Tierra y de los pobres, y mientras sigan gritando habrá todas las razones del mundo para actuar de forma liberadora y elaborar a partir de ahí una teología. En cierta forma, sus intuiciones han pasado a ser patrimonio común del cristianismo contemporáneo, salvándolo del cinismo.

El tema de este año en Belém fue «Agua, Tierra y Ecología para otro mundo posible». Se partió de la confluencia de las distintas crisis, ligadas todas ellas a la falta de sostenibilidad del sistema-Tierra. El tema de la ecología se imponía. No como técnica de manejo de recursos escasos sino como nuevo paradigma de relación con la Tierra, considerada no como un medio de producción sino como un ser vivo, generador de toda la vida. Como dijo un discípulo de E. Morin, Patrick Viveret, biólogo y economista, en su conferencia «Un buen uso del fin de un mundo». Ahora se abre espacio para otro mundo no sólo posible sino necesario. El cristianismo está llamado a contribuir con su capital de respeto y de cuidado.

Tomado de Koinionía

viernes, 21 de noviembre de 2008

No desperdiciar las oportunidades de la crisis


Frente al cataclismo económico-financiero mundial se dibujan dos escenarios: uno de crisis y otro de tragedia.

Tragedia sería si toda la arquitectura económica mundial se desmoronase y nos empujase hacia un caos total con millones de víctimas, por violencia, hambre y guerra. No sería imposible, pues el capitalismo generalmente supera las situaciones caóticas mediante la guerra. Gana al destruir y gana al reconstruir. Solamente que hoy esta solución no parece viable, pues una guerra tecnológica liquidaría a la especie humana; sólo caben guerras regionales sin uso de armas de destrucción masiva.

Otro escenario sería el de crisis. Para ella, no acaba el mundo económico, sino este tipo de mundo, el neoliberal. El caos puede ser creativo, dando origen a otro orden diferente y mejor. La crisis tendría, por tanto, una función purificadora, abriendo espacio para otra oportunidad de producción y de consumo.

No necesitamos recurrir al ideograma chino de crisis para saber de su significado como peligro y oportunidad. Basta recordar el sánscrito, matriz de las lenguas occidentales.

En sánscrito, crisis viene de kir o kri que significa purificar y limpiar. De kri viene también críticakri se deriva además crisol, utensilio químico con el cual se limpia el oro de las gangas y, finalmente, acrisolar que quiere decir depurar y decantar. Entonces, la crisis representa la oportunidad de un proceso crítico, de depuración de lo esencial; sólo queda lo verdadero; lo accidental, sin sustentación, cae. que es un proceso por medio del cual nos damos cuenta de los presupuestos, de los contextos, del alcance y de los límites sea del pensamiento, sea de cualquier fenómeno. De

Alrededor y a partir de este núcleo se construye otro orden que representa la superación de la crisis. Los ciclos de crisis del capitalismo son notorios, conocidos. Como nunca se hacen cortes estructurales que inauguren un nuevo orden económico sino que siempre se recurre a ajustes que preservan la lógica explotadora de base, nunca supera propiamente la crisis. Alivia sus efectos dañinos, revitaliza la producción para nuevamente entrar en crisis y así prolongar el ciclo de crisis recurrente.


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viernes, 7 de noviembre de 2008

Crisis de humanidad


La crisis económico-financiera, previsible e inevitable, remite a una crisis más profunda. Se trata de una crisis de humanidad. Faltaron rasgos de humanidad mínimos en el proyecto neoliberal y en la economía de mercado sin los cuales ninguna institución a mediano y largo plazo se mantiene en pie: la confianza y la verdad. La economía presupone la confianza de que los impulsos electrónicos que mueven los papeles y los contratos tengan lastre y no sean mera materia virtual, por lo tanto ficticia. Presupone además la verdad de que los procedimientos se hagan según reglas observadas por todos. Ocurre que en el neoliberalismo y en los mercados, especialmente a partir de la era Thatcher y Reagan, predominó la financiarización de los capitales. El capital financiero-especulativo es del orden de 167 billones de dólares, mientras que el capital real empleado en los procesos productivos gira en torno a los 48 billones de dólares anuales. Aquél deliraba especulando en las bolsas, dinero haciendo dinero, sin control, apenas regido por la voracidad del mercado. Por su naturaleza, la especulación comporta siempre alto riesgo y viene sometida a desvíos sistémicos: a la ganancia de ganar más y más por todos los medios posibles.

Los gigantes de Wall Street eran tan poderosos que impedían cualquier control, siguiendo solamente sus propias regulaciones. Contaban con informaciones anticipadas (Insider Information), las manipulaban, divulgaban rumores en los mercados, nos inducían a falsas apuestas y de ahí sacaban grandes lucros. Basta leer el libro del megaespeculador George Soros, La crisis del capitalismo, para constatarlo, pues cuenta en detalle estas maniobras que destruyen la confianza y la verdad. Ambas eran sacrificadas sistemáticamente en función del beneficio de los especuladores. Tal sistema tenía que derrumbarse un día, por ser falso y perverso, lo que de hecho ocurrió.

La estrategia inicial estadounidense era injertar mucho dinero en los «ganadores» para que la lógica continuase funcionando sin pagar nada por sus errores. Hubiera sido prolongar la agonía. Los europeos, recordando los vestigios que han quedado del humanismo de las Luces, han tenido más sabiduría. Denunciaron la falsedad, pusieron en el campo al Estado como instancia salvadora y reguladora, y en general como actor económico directo en la construcción, en la infraestructura y en los campos sensibles de la economía. Ahora no se trata de reflotar el neoliberalismo sino de inaugurar otra arquitectura económica sobre bases no ficticias. Esto quiere decir que la economía debe ser un capítulo de la política (la tesis clásica de Marx), no al servicio de la especulación sino de la producción y de la adecuada acumulación. Y la política deberá regirse por criterios éticos de transparencia, de equidad, de justa medida, de control democrático y dando especial cuidado a las condiciones ecológicas que permiten la continuidad del proyecto planetario humano.

¿Por qué la crisis actual es una crisis de humanidad? Porque subyace en ella un concepto empobrecido de ser humano que sólo considera una parte de él, su parte de ego. El ser humano está habitado por dos fuerzas cósmicas: una de autoafirmación, sin la cual desaparece. En ella predomina el ego y la competición. La segunda es de integración en un todo mayor, sin el cual también desaparece. En ella prevalece el nosotros y la cooperación. La vida sólo se desarrolla saludablemente en la medida en que se equilibra el ego con el nosotros, la competición con la cooperación. Dando rienda suelta a la competición del ego, anulando la cooperación, nacen las distorsiones que presenciamos y que han llevado a la crisis actual. Por el contrario, dando espacio sólo al nosotros sin el ego se generó el socialismo despersonalizante, y la ruina que provocó. Errores de esta gravedad, en las condiciones actuales de interdependencia de todos con todos, nos pueden liquidar. Como nunca antes tenemos que orientarnos por un concepto adecuado e integrador del ser humano, por un lado individual-personal, con derechos, y por otro social-comunitario, con límites y deberes. De no ser así, nos empantanaremos siempre en crisis, que serán menos económico-financieras y más crisis de humanidad.

Está tomado de koinionia


viernes, 1 de agosto de 2008

¿Economía de revolución?


Leonardo Boff

En las negociaciones de la ronda de Doha sobre comercio internacional se ha notado algo cruel. Mientras los países ricos se negaban a disminuir los subsidios agrícolas y a modificar otros renglones de la agenda comercial para preservar su alto nivel de consumo, otros luchaban, desesperadamente, para garantizar la supervivencia de sus pueblos. La visión de los países opulentos es miope, pues ya está instalada la crisis alimentaria, posiblemente de larga duración, que puede afectarlos a ellos, pero mucho más a millones y millones de personas, que se enfrentan no a la pobreza sino directamente a la muerte. Ya han estallado revueltas de hambrientos en cuarenta países sin que la prensa empresarial, comprometida con el orden imperante, haya hecho referencia alguna. Los hambrientos siempre dan miedo.

La crisis alimentaria, asociada a los trastornos provenientes de los cambios climáticos, es de tal envergadura que nos está permitido hablar de la urgencia de una revolución. Ésta fue la palabra usada el día 2 de febrero de 2007 en París por el ex-presidente francés Chirac al oír los resultados alarmantes sobre el calentamiento planetario. Advertía que, ante la situación actual, debemos tomar la palabra revolución en su sentido más literal. Es urgente hacer cambios radicales en las formas de producción y de consumo si queremos salvarnos y preservar la vida en nuestro Planeta. Esta vez no podemos hacer economía de revolución. Hay que llevarla a cabo ya ahora.

Evidentemente no se trata de revolución en el sentido de utilizar la violencia, sino con el sentido que le dio nuestro historiador Caio Prado Junior: «transformaciones capaces de estructurar la vida de todo un sistema social de manera que se corresponda con las necesidades más profundas y generales de sus poblaciones, algo que confiere un nuevo rumbo a las vidas humanas».

Pues eso es lo que se está imponiendo a nivel mundial. La Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la mayoría de los gobiernos han implantado un tipo de industrialización de la agricultura con la liberalización de los mercados que se rigen por la competición y por la especulación, que han acabado por afectar a la soberanía alimentaria de la mayoría de los países del mundo. Es una ilusión pensar que los que han producido la crisis, tienen la llave de su solución. Ellos proponen más de lo mismo: más producción, más fertilizantes, más productos genéticamente modificados, más mercado no para saciar el hambre sino para hacer más dinero. Ninguno piensa en colocar más dinero en las manos de los hambrientos para que puedan comprar comida y sobrevivir. Pueden morir de hambre delante de una mesa repleta a la cual no tienen acceso.

La solución se encuentra en las manos de aquellos que en el mundo entero garantizan gran parte del suministro alimentario: la agricultura familiar y las pequeñas cooperativas populares. La agricultura familiar en Brasil representa el 70% de los alimentos que llegan a la mesa. Es responsable del 67% del fríjol, del 89% de la mandioca, del 70% de los pollos, del 60% de los cerdos, del 56% de los lácteos, del 69% de la lechuga y del 75% de la cebolla. Estos pequeños agricultores, articulados entre sí y también a nivel internacional, deben formular las políticas de producción, privilegiar los mercados locales y regionales, y mantener bajo vigilancia los mercados mundiales, para inhibir la especulación e impedir la formación de oligopolios.

Este tipo de agricultura aprovecha los conocimientos ancestrales, sabe preservar los suelos y enriquecer su fertilidad con nutrientes naturales. Brasil, al lado del agronegocio, tiene que privilegiar la agricultura familiar, pues ella tiene condiciones para garantizar nuestra soberanía alimentaria y ser la mesa puesta para el hambre del mundo entero.


Tomado de koinionía

lunes, 7 de julio de 2008

Estados europeos desalmados

Leonardo Boff

La «Directiva de Retorno», también llamada «Directiva de la Deportación o de la Vergüenza», de la Comunidad Europea con respecto a los extracomunitarios ilegales, desenmascara una faceta inhumana que la cultura europea siempre ha tenido y que difícilmente consigue disfrazar. Es una cultura identitaria. Tiene una inmensa dificultad para convivir con lo diferente. O lo agrega, o lo somete, o lo destruye. Invadió prácticamente todo el mundo conocido, subyugando y matando con la cruz y la espada. Fue ella la que, al comienzo de la modernidad, provocó el mayor genocidio de la historia humana, según el historiador Oswald Splengler en La decadencia de Occidente. En América Latina, donde había 23 millones de indígenas -nos dice el antropólogo Darcy Ribeiro-, después de un siglo quedó solamente uno. Luego dominó a las poblaciones que quedaron, explotó todos los recursos naturales posibles, que sirvieron de base para su industrialización y su enriquecimiento, que son sus injustas ventajas hasta el día de hoy. Detrás de su comercio y de su técnica hay ríos de sangre, sudor y lágrimas. Es una cultura montada sobre el poder-dominación.

Ahora, pasando por encima de varios artículos de la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 (¿cuándo la respetaron?), maltratan a los inmigrantes, considerándolos criminales que deben ser encarcelados -incluso a los menores-, sin necesidad de mandato judicial, solamente mediante un procedimiento administrativo. Se prevé campos de concentración para ellos. Estos inmigrantes esconden tragedias en sus vidas. Están allí porque quieren sobrevivir y ayudar a las familias que han dejado en sus países.

Veamos la contradicción: en el siglo XIX los sobrantes del proceso de industrialización europeo, aquellos que podían desestabilizar el capitalismo salvaje naciente, previsto por Marx, fueron destinados a la exportación. No venía cualquier tipo de gente. Tenían primacía los empobrecidos y los enfermos, como mis abuelos italianos. Todos los de su leva sufrían tracoma, de difícil curación en esa época. Yo mismo sufrí esa enfermedad cuando niño, como todos los de nuestra región de Santa Catarina, donde se sitúan hoy Sadia y Perdigão, industrias conocidas por sus buenos productos.

En Brasil fueron acogidos con generosidad. Consiguieron tierras, ayudaron a construir esta nación y ahora, con la riqueza natural que Dios nos concedió, podemos ser la mesa puesta para el hambre del mundo entero. Las políticas de la Comunidad europea de hoy, no muestran ninguna reciprocidad. Con acciones articuladas se revelan crueles y sin piedad. El príncipe de nuestros periodistas, Mauro Santayana, nos relata en el Jornal do Brasil del 22/06, que en los años 80 economistas y sociólogos norteamericanos y europeos bajo el patrocinio de banqueros concluyeron que era necesario apartar del consumo al 80% de la humanidad, a fin de garantizar la gestión del planeta y mantener los privilegios del 20% de ricos. Los demás deberían ser marginados, hasta su extinción.

Parece que el genocidio está inscrito en el código genético de este tipo de gente que ha estado detrás de casi todas las guerras de los últimos siglos. A ellos que gustan de la cultura como pura ilustración, les recuerdo lo que Immanuel Kant (+1804) dice en La paz perpetua (1795). La primera virtud de una república mundial es la «hospitalidad general», como derecho y deber de todos. Todos están sobre el planeta Tierra, dice, y tienen el derecho de visitar las regiones y sus pueblos, pues la Tierra pertenece comunitariamente a todos.

Sólo espíritus anticultura occidental como Francisco de Asís, Juan XXIII, Luther King y Madre Teresa pueden ofrecer un paradigma que rescate a estos Gobiernos y los salve de la maldición de la vida y de la ira divina que se cierne sobre ellos.

Tomado de Koinionía.

miércoles, 2 de julio de 2008

Ética y Moral


Leonardo Boff

¿Qué es ética y qué es moral? ¿Son lo mismo o hay que hacer distinciones entre ellas? Hay mucha confusión acerca de esto.

Tratemos de aclararlo. En el lenguaje corriente e incluso culto, ética y moral son sinónimos. Así decimos: \"aquí hay un problema ético\" o \"un problema moral\". Con eso emitimos un juicio de valor sobre alguna práctica personal o social, si buena, mala o dudosa.

Pero profundizando la cuestión, percibimos que ética y moral no son sinónimos. La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo, principios y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. Decimos entonces que tiene carácter y buena índole. La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres) pero no necesariamente ética (obedece a principios).

Estas definiciones, aunque útiles, son abstractas porque no muestran el proceso, cómo surgen efectivamente la ética y la moral. Y aquí los griegos pueden ayudarnos.

Ellos parten de una experiencia de base, siempre válida, la de la morada entendida existencialmente como el conjunto de las relaciones entre el medio físico y las personas. Y llaman a la morada, \"ethos\" (con e larga en griego). Para que la morada sea morada, hay que organizar el espacio físico (cuartos, sala, cocina) y el espacio humano (relaciones de los moradores entre sí y con sus vecinos) según criterios, valores y principios para que todo fluya y esté como se desea. Eso da carácter a la casa y a las personas. Los griegos también llaman a esto \"ethos\". Nosotros diríamos ética y carácter ético de las personas.

Además, en la morada, los moradores tienen costumbres, maneras de organizar las comidas, los encuentros, modos de relacionarse, tensos y competitivos o armoniosos y cooperativos. A esto los griegos también lo llamaban \"ethos\" (con e corta). Nosotros diríamos moral y la postura moral de una persona.

Sucede que esas costumbres (moral) forman el carácter (ética) de las personas. Winnicot, continuando a Freud, estudió la importancia de las relaciones familiares para establecer el carácter de las personas. Éstas serán éticas (tendrán principios y valores) si han tenido una buena moral (relaciones armoniosas e inclusivas) en casa.

Los medievales no tenían las sutilezas de los griegos. Usaban la palabra moral (viene de mos/moris) tanto para las costumbres como para el carácter. Distinguían la moral teórica (filosofía moral), que estudia los principios y las actitudes que iluminan las prácticas, y la moral práctica, que analiza los actos a la luz de las actitudes y estudia la aplicación de los principios a la vida.

¿Cuáles son la ética y la moral vigentes hoy? Las del capitalismo. Su ética dice: bueno es lo que permite acumular más con menos inversión y en el menor tiempo posible. Su moral concreta reza: emplear la menor cantidad de gente posible, pagar menos salarios e impuestos y explotar mejor la naturaleza. Imaginemos cómo sería una casa y una sociedad (ethos) que tuviesen tales costumbres (moral/ethos) y produjesen caracteres (ethos/moral) igualmente conflictivos. ¿Sería todavía humana y benéfica para la vida? Aquí está la razón de la grave crisis actual.

esta tomado de Koinionía