Mártir de América.
A los 27 años del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez (Mons. Romero) ¿de qué debemos hablar o escribir quienes de algún modo sentimos un prurito interno en las neuronas y nos hace coger un lápiz, un bolígrafo, frente al ordenador y escribir: poemas, relatos, o, artículos de opinión? Cuando alguien escribe ¿qué persigue? mejor dicho, ¿Qué busca?. Los motivos del fuero interno de quien escribe son varios. En mi caso, escribiré sobre un personaje que dio la historia del pulgarcito de América; un hombre humilde, sencillo, díscolo y entregado a las causas de los más desfavorecidos de el Salvador aunque no siempre fue así. Mons. Romero, Qué debo, pues, hacer, escribir recordándolo a él o, hacerme eco de su praxis en este escrito y afinar las palabras para que se lean lo que él denunciaba en aquellos días cuando la represión y la violación de los derechos humanos campaban – y campan - a su libre arbitrio.
Mons. Romero, los tres últimos años de su vida los vivió junto a su pueblo. Sufrió con él. Comió y bebió junto a los campesinos de su tierra. Se entregó a la fiesta compartida a la solidaridad compartida. Antes de que él volviese a sus raíces, a sus orígenes “solía recordar que provenía de una familia humilde, que nunca había estado cerca de la riqueza y de la abundancia sino de la pobreza y de la austeridad”(un obispo con su pueblo. Jon sobrino) Mons. Romero, se puede decir, fue parte de ellos y murió por ellos.
Sin embargo y antes de entregarse de lleno a la lucha y en la defensa del pueblo salvadoreño, como Obispo, vivió junto a aquellos que despreciaban - desprecian - a los mas pobres de El Salvador. Fue uno más de la oligarquía salvadoreña, compartió mesa, bebidas y hasta justificó, en su momento, los métodos de represión que esa burguesía obtusa llevaba a cabo contra el pueblo organizado. Bendijo todo lo que se hacía en nombre de una falsa paz y de su Dios. Sin saber que eran asesinatos colectivos los que cometían sus compañeros de mesa. Los militares y los ricos de el salvador le hacían creer, que ellos, estaban al servicio de una iglesia y le ofrendaban toda clase de regalos para comprar sus servicios mientras la jerarquía de la Iglesia y él, justificaran lo que el ejército salvadoreño hacía; reprimir a los pobres, a los hambrientos, sedientos, desnudos, a los rostros de Jesucristo en la historia de América latina. Vivió con ellos, compartió su mesa, su pan, pero a su modo, había estado abierto a los pobres desde una caridad conservadora.
A raíz de la muerte de su amigo Rutilio Grande, sacerdote jesuita salvadoreño, comprendió que la falacia tiene nombre de dinero y muerte, asesinatos selectivos y colectivos. La violencia se había convertido ya en institucionalizada. El cambio radical en él es una de las cosas que más han impactado a todos, y quienes le conocieron pueden dar testimonio de ello. Con seis sacerdotes asesinados y miles de catequistas que corrieron la misma suerte. También a Mons. Romero se lo oyó decir “he sido frecuentemente amenazado de muerte”. El 24 de Marzo la burguesía salvadoreña, los gringos y el ejército determinaron que la voz de los sin voz debía de ser callada. Un lunes a las seis y media de la tarde, el asesino le hizo un certero y único disparo en el corazón.
Sin embargo a 27 años de su muerte El Salvador sigue siendo un país convulsionado por la violencia institucionalizada. Y lo sigue siendo a pesar de que hace 15 finalizó el conflicto armado. Con el fin de la guerra, todos pensaron que se abrirían nuevas expectativas en la población salvadoreña. Que algo nuevo iba a nacer. Que vendrían tiempos mejores. Que las reivindicaciones que el pueblo organizado en los movimientos populares hacía, antes y durante la guerra, iban a ser, por fin, una realidad. Empero y en poco tiempo, los hechos demostraron que todo fue mera ilusión.
Recientemente los narcotraficantes asesinaron, en Guatemala, a tres diputados de la extrema derecha de ARENA. Los tres eran miembros del parlamento centroamericano. Uno de ellos era hijo del fundador de los escuadrones de la muerte y el responsable máximo e intelectual del asesinato de Monseñor Romero.
Las injusticias del pasado siguen latentes, siguen palpitando en cualquier rincón del país la presencia siniestra de los escuadrones de la muerte, y, vuelven - si es que algún día se fueron - a los asesinatos selectivos. La libertad de expresión sigue en el presente conviviendo con el pasado; periódicos en constante vigilancia, periodistas amenazados, programas de televisión críticos con la política oficial, se cierran. Intelectuales de izquierda están siendo seriamente amenazados, a algunos, simplemente se les despide de sus puestos de trabajo, es una sutil manera de reprimir. Hoy como ayer se asesina, la “modalidad nueva” para el asesinato es la delincuencia común. Con ese nombre se encubren asesinatos políticos que hay - y ha habido - desde hace 15 años. Mientras miles de inocentes anónimos mueren al año por las bandas, maras, pandillas o por cualquier otra excusa.
Si este era, es -¿y será?- la democracia para la población salvadoreña, ¿Qué esperamos para el futuro? Mientras la oligarquía y las corporaciones gringas en el Salvador se beneficien económicamente del miedo en la población. La violación de los derechos humanos es el pan de cada día, y no aparecen en los medios de comunicación internacionales. La miseria como en el pasado y antes de la guerra, es el pan de cada día para millones de salvadoreñ@s. Esta es la democracia made in USA que hoy se pueden ver en países como: Colombia, Irak, Haití, Afganistán, etc.
El mes de Marzo es un mes importante para la amplías mayorías de l@s salvadoreñ@s excepto para la oligarquía, los burgueses, terratenientes y yanquis porque ellos son los que tienen sus manos manchadas de tanto oprobio.
En este artículo, quería hablar y recordar a Mons. Romero asesinado el 24 de Marzo de 1980. Tenía miedo que se convirtiera en un panegírico lleno de sentimentalismo. Quería comentar, compartir lo que nos dejó con su experiencia de lucha desde el punto de vista de la teología de la liberación, de cómo él por medio de su pastoral hizo que muchos tomáramos conciencia para cambiar las estructuras injustas del país que todavía siguen intactas. Y he descrito de forma escueta lo que se vive -y ¡cómo! - en El Salvador. La violencia institucionalizada sigue latiendo desde el estado, y, haciendo de las suyas. Es, a mi entender, lo que Mons. Romero hubiera hecho el domingo desde el pulpito, denunciar con vehemencia las atrocidades que cometían – cometen - los gringos y sus ínclitos amigos en El Salvador.
Mons. Romero demostró que la Teología de la Liberación es parte esencial de los pobres. Que en ellos residen los signos de los tiempos y que la realidad histórica nos invita a vivirla y a transformarla por un mundo más justo. Nos enseñó que los pobreza tiene varios rostros, indios, negros, mestizos, mujeres, obreros, niños de la calle... aprendimos que el compromiso acarreaba la experiencia de persecución, y nos convertimos en compañeros de viaje junto a los oprimidos que comenzaban a tomar conciencia y a convertirse en agentes de su propio destino, no iba a ser tarea fácil. Él sin quererlo, su vivencia la hizo; teológica, de liberación y la hizo historia.
La teología de la liberación existirá mientras en América latina exista la injusticia, de la pobreza nace esta teología, y Mons. Romero la hizo praxis. La reflexión teológica es inherente a la historia, a la realidad. América latina sigue su proceso de liberación, sigue combinando mística revolucionaria y en algunos casos compromiso desde el punto de vista teológico con las luchas por la liberación y también es válida. El mejor homenaje de aniversario a su martirio, es denunciar lo que no se escribe ni se dice en los medios de comunicación y por eso, creo, que siguen con mas vigencia, si cabe, aquellas palabras que pronunció en su última homilía "de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre"(...) “¡cese la represión!” Mons. Romero.
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