Conversaciones dialécticas entre el hombre y el dinosauriosegunda parte
Camina el dinosaurio...
Una anciana ayer a las tres de la tarde adivino por mi forma de caminar que venía de esa bendita e inolvidable estación de nuevos tiempos. Sabía que mi corazón ardía de sabiduría popular y yo tiernamente sonreía de placer. Claro tenía en mis labios marchitos, un ínfimo beso de ese día..., que grandes y hermosos besos... perdón. Labios posee mi dulcísimo mujer de morado hoy, y, con colores tiernos su pantalón... me descubrió como andando a dos pies, como un dinosaurio.
La anciana descubrió en mis labios un color ajeno a los míos. Y me dijo sonriente que “llevaba un beso nuevo en mis dos labios de otros tiempos”. Y pensar que fue verdad esa espina que la señora atravesó desde la otra orilla. He soñado desde entonces con el beso juguetón que ese día pude arrebatarle a ella, a quién nadie conoce, me empezó a corroer mi cerebro y mis neuronas lentamente se apoderan de otro pensamiento.
Camina lentamente el dinosaurio como adivinando el pasado de no hace mucho..., escruta, piensa y aclama los versos de otros tiempos. Nadie percibe el caminar de este enclenque dinosaurio de tiempos modernos. Nadie percibe la felicidad que abunda en él cuando piensa solamente en el esquemático emblema de la sonrisa de la que se fue en ese tren del mediodía.
De repente y en su memoria late unos versos reclamando al tiempo la oportunidad de otros demiurgos juveniles... el dinosaurio prepara su alocución de la mañana:
He reclamado a la inmisericorde cobardía tus besos. Dice el dinosaurio. A quién le debo tu castigo visceral a mi empeño por amarte y no poseer ni una gotita de tus delicias. ¿A quién?. Con quién debo de discernir esa plenitud de las memorias y escribirlas precisamente con vos. ¿ Con quién?.
He reclamado al tiempo tus diminutas manos clandestinas que en mi mano tuve. Insiste el dinosaurio. Hasta cuándo encontraré tus dedos entre los míos. Para que se besen y se reclamen entre ellos un tiempo casual a este tiempo. Qué tiempo he de esperar para que sea yo, el que merezca otro besito. Dice el dinosaurio.
He descubierto que soy un enanito frío en eso del amor de súbito. He descubierto que sin el reclamo de los dioses que no poseo. Sin ellos, digo, seré siempre la esquina inmemorial de tus pétalos amorosos que posees.
Precisamente en tu pecho... He descubierto con vos que soy cruel con mis uñas mañaneras. Que de vez en cuando poseo un vello vacío de color caoba.
...y sigue reclamando el dinosaurio a pesar de que ya no camina con sus dos patas... cubre sus reclamos con el descubrimiento en sus sentidos párpados y las escamas de su piel tan gruesa. Mientras un caracol le cosquillea la planta de las patas traseras. Él sonríe como cuando un niño agradece las cosquillas de placer que le dan cuando el juego es dulce tierno...y cariñoso..., se marcha el caracol riendo la estrategia caracol y le murmura al oído a su prima hermana la babosa...
Continúa el dinosaurio con su ternura casual recitando la presencia de otros tiempos, de otros momentos hermosos... en la memoria las caricias de una bella doncella que la invitaba a vivir sus vida y nada más. Descubre el dinosaurio y recita otra vez, su descubrimiento:
He descubierto que soy el ejemplo vivo de un dinosaurio que esta a punto de extinguirse . Sabés a que me refiero. Mujer de piel sencilla y de otros tiempos. Cuando exclamo estas palabras. - interroga el dinosaurio -. Sabés a lo que estoy jugando con mi vida en este exilio. - Insinúa el dinosaurio -. Derriba su voz dura el dinosaurio. Y se esconde en sus recuerdos haciendo que el silencio le devore el alma en el exilio que le come todo, todo lo que tenga que ver con la dialéctica vespertina de un nuevo tiempo plagado de injusticias.
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